jueves, 4 de abril de 2013

Para Moisés, ahora que nos ve desde otro sitio



Moisés Casi Nadie. Curtido por cien mil hielos y abrasado por todos los soles del estío. Ahora que te nos has ido y no te veremos más saludar por los caminos, apoyado en un palo, vistiendo camisas de antaño y una boina enorme heredada del Avelino. Ahora, digo, es bueno recordar contigo lo que fuimos y no volveremos a ser.


Moisés De las Sentencias. Que recitabas de corrido. Aprendidas de tus mayores y los nuestros a lo largo de tantos años, que respetabas como si fueran sagrada doctrina. Cuando no se ha ido mucho a la escuela porque había que arrimar el hombro, las conversaciones y las ideas de los hombres del pueblo con quien convives se le quedan a uno grabadas a fuego en la memoria; son la fuente de inspiración para toda la vida.


Moisés de Valdegeña. El pequeño pueblo acostado en la montaña, desparramado desde el Carrascal hasta La Balsa, y desde Peña Rubia hasta El Llano. Nos gustaba encontrarte en el camino de La Dehesa, encaramado en una piedra en el carasol de la tarde, oliendo la tierra y oteando el cielo para saber si iba a cambiar el tiempo.


Moisés Ciriano. La vía y la carretera general guardan todavía los frutos de tu trabajo. Solo llegar a la obra te tomaba un par de horas. Luego había que trabajar ocho más y volver al pueblo. Con lluvia y cellisca en el invierno. Con sol de justicia en el verano. Con el hatillo a cuestas: pan y más pan con algo del tocino en la fiambrera. Cuánta privación para acabar cobrando una pensión mínima, que veías como el maná prometido y bendecías porque ni en sueños hubieras podido imaginar que la cobrarías sin apenas haber cotizado.


Moisés Fiel a Ti Mismo. Con la escopeta al hombro o con la hoz, acarreando mieses o aventando, tras la yunta arando o con el mallo de partir piedras. Luego fiel también a tu tradición y a tu costumbre. En el pueblo sin frigorífico y sin televisión, calentándote en el hogar, como hicieran desde hace cien generaciones los agricultores de tu familia.


Moisés Estrella. Un día te pusieron un micrófono y te grabaron diciendo las verdades como puños, que les podías recitar de memoria porque practicabas en el pueblo con quien quisiera oírte, aderezadas con ese tomillo de ciencia infusa que tenía más de sentido común que de economía. Más de repente genético de humilde soriano que de rigurosa deducción lógica. Ya sabéis: cuando se tiene no se gasta, y cuando no se tiene mucho menos. Los de ciudad, heridos por tanto realismo, quisieron creer que habías predicho la Crisis Grande un par de años antes de que mostrase la oreja. ¡Qué ingenuos!, lo que habías anticipado no era esta crisis financiera que nos envenena el presente, sino la crisis eterna que siempre vuelve a los hombres cuando no se necesita, precisamente con la resaca de la fiesta: predecirla es tan fácil como adivinar que hará frío en el invierno o que lloverá algún día de estos, por mucho que haya durado el buen tiempo.


Moisés Casi Na. Te echaremos de menos cuando volvamos al pueblo, que ahora es mucho más un paisaje sin figuras once meses y medio al año. Añoraremos las mañanas al sol en la Plaza Vieja y las tardes en la Escuela, cuando dabas las últimas noticias de casi todo. Seremos más pequeños sin ti, porque con ti se ha ido algo de cada uno de nosotros que no volverá, un poquito de la esencia que nos hacía ser quienes somos. Te añoraremos a ti, o lo que es igual echaremos en falta la parte de nosotros que te has llevado.



José Antonio y Clara



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