Moisés Casi
Nadie. Curtido por cien mil hielos y abrasado por todos los soles
del estío. Ahora que te nos has ido y no te veremos más saludar por los
caminos, apoyado en un palo, vistiendo camisas de antaño y una boina enorme
heredada del Avelino. Ahora, digo, es bueno recordar contigo lo que fuimos y no
volveremos a ser.
Moisés De
las Sentencias. Que recitabas de corrido. Aprendidas de tus mayores
y los nuestros a lo largo de tantos años, que respetabas como si fueran sagrada
doctrina. Cuando no se ha ido mucho a la escuela porque había que arrimar el
hombro, las conversaciones y las ideas de los hombres del pueblo con quien
convives se le quedan a uno grabadas a fuego en la memoria; son la fuente de
inspiración para toda la vida.
Moisés de
Valdegeña. El pequeño pueblo acostado en la montaña,
desparramado desde el Carrascal hasta La Balsa, y desde Peña Rubia hasta El
Llano. Nos gustaba encontrarte en el camino de La Dehesa, encaramado en una
piedra en el carasol de la tarde, oliendo la tierra y oteando el cielo para
saber si iba a cambiar el tiempo.
Moisés
Ciriano. La vía y la carretera general guardan todavía los
frutos de tu trabajo. Solo llegar a la obra te tomaba un par de horas. Luego
había que trabajar ocho más y volver al pueblo. Con lluvia y cellisca en el
invierno. Con sol de justicia en el verano. Con el hatillo a cuestas: pan y más
pan con algo del tocino en la fiambrera. Cuánta privación para acabar cobrando
una pensión mínima, que veías como el maná prometido y bendecías porque ni en
sueños hubieras podido imaginar que la cobrarías sin apenas haber cotizado.
Moisés Fiel
a Ti Mismo. Con la escopeta al hombro o con la hoz, acarreando
mieses o aventando, tras la yunta arando o con el mallo de partir piedras.
Luego fiel también a tu tradición y a tu costumbre. En el pueblo sin
frigorífico y sin televisión, calentándote en el hogar, como hicieran desde
hace cien generaciones los agricultores de tu familia.
Moisés
Estrella. Un día te pusieron un micrófono y te grabaron
diciendo las verdades como puños, que les podías recitar de memoria porque
practicabas en el pueblo con quien quisiera oírte, aderezadas con ese tomillo
de ciencia infusa que tenía más de sentido común que de economía. Más de
repente genético de humilde soriano que de rigurosa deducción lógica. Ya
sabéis: cuando se tiene no se gasta, y cuando no se tiene mucho menos. Los de
ciudad, heridos por tanto realismo, quisieron creer que habías predicho la
Crisis Grande un par de años antes de que mostrase la oreja. ¡Qué ingenuos!, lo
que habías anticipado no era esta crisis financiera que nos envenena el
presente, sino la crisis eterna que siempre vuelve a los hombres cuando no se
necesita, precisamente con la resaca de la fiesta: predecirla es tan fácil como
adivinar que hará frío en el invierno o que lloverá algún día de estos, por
mucho que haya durado el buen tiempo.
Moisés Casi
Na. Te echaremos de menos cuando volvamos al pueblo, que ahora
es mucho más un paisaje sin figuras once meses y medio al año. Añoraremos las
mañanas al sol en la Plaza Vieja y las tardes en la Escuela, cuando dabas las
últimas noticias de casi todo. Seremos más pequeños sin ti, porque con ti se ha
ido algo de cada uno de nosotros que no volverá, un poquito de la esencia que
nos hacía ser quienes somos. Te añoraremos a ti, o lo que es igual echaremos en
falta la parte de nosotros que te has llevado.
José
Antonio y Clara