Asi nos presento el libro de Avelino Nuria en Zaragoza.
Presentación de la
reedición del libro de Avelino Hernández 'Campodelagua', de la editorial Nuevos
Rumbos. Por Nuria Casas
Zaragoza, 22 de junio de 2012
No conocía personalmente a los hermanos
Pérez Collados hasta esta tarde. Supe de su inquietud por la buena literatura
cuando mi compañero de Heraldo Mariano García me contó, hace año y medio, que
habían creado la editorial Nuevos Rumbos y que querían recuperar obras de mi paisano
y amigo Avelino Hernández. Dice mucho sobre la sensibilidad literaria de los
hermanos Pérez Collados que en estos tiempos que corren se lancen al rescate de
obras como ‘Campodelagua’. Aunque hace nueve años que desapareció físicamente,
la magia del escritor soriano de Valdegeña sigue presente y depara grandes
sorpresas y encuentros como este en torno a su obra.
En ‘Campodelagua’, de la mano de María de
las Cerezas y los otros hijos de Jonás, el autor ahonda en los referentes
cruciales de su literatura. Con una prosa poética cargada de simbolismo, parte
de un hecho básico que solemos olvidar: el ser humano es naturaleza. Por eso
enmarca su discurso en el escenario rural y coloca a Juan, uno de los hijos de
Jonás, luchando cuerpo a cuerpo contra las bestias, con la inteligencia como
única arma. Porque, como decía y hacía Avelino, la inteligencia humana ha de
ponerse al servicio de la vida, y si sobra algo, al servicio del arte.
Hundiendo las raíces
en la abrupta vida del campo, profundiza en temas universales: el sentimiento trágico de la
vida, la muerte, el amor y el desamor, el sexo, la supervivencia, la traición,
el destino.
Gracias a su
premeditada sencillez, Avelino ha sabido captar la atención de lectores de
todas las generaciones. Lo viene demostrando desde que publicó su primer libro,
‘Una vez había un pueblo’. Aquel volumen entró poco tiempo después de
publicarse, en 1981, en mi casa de Pobar, en la soriana Sierra del Alba. Su
lectura atrapó a mi padre, que se veía reflejado en aquellas páginas que
hablaban de su día a día labrando, en la siega o cuidando las ovejas. También
mi sobrino de cinco años dio sus primeros pasos en la lectura con las historias
de Valdegeña. Por aquellos días, una tarde de agosto fuimos los más jóvenes de
Pobar a fiestas de Matalebreras, a medio camino entre la sierra del Alba y la
sierra del Madero. Y me sacó a bailar un chico. ¿Cómo te llamas? Nuria ¿y tú?
César. ¿De dónde eres? De Pobar, y tú? De Valdegeña. ¡El pueblo de Avelino
Hernández! Gracias a 'Una vez había un pueblo', la conversación no se acabó con
la pieza de baile, sino que siguió por derroteros literarios e hizo que
trabásemos una amistad. Pero como le dice Jonás a Juan en 'Campodelagua', lo
que sucedió después, a su tiempo se sabrá.
Tardé varios años en conocer personalmente
a Avelino. Fue en Madrid, cuando yo estudiaba Periodismo. Él acababa de
publicar 'La sierra del Alba', un libro duro y poético sobre los estragos de la
emigración entre los pueblos de mi sierra, incluido Pobar. Leí aquella obra en
el metro. Mis lágrimas emborronaron el párrafo en el que Avelino contaba que,
en las noches de invierno, se oyen sollozos. Es la Sierra del Alba que llora
porque no ha podido alimentar a sus hijos. A los pocos días, Avelino fue
invitado a la casa de Soria en Madrid, con la que yo colaboraba. Pedí que me
presentaran al escritor, pero entre tanto protocolo nadie se acordó de aquella
tímida estudiante. Así que me armé de valor y me puse delante de aquel hombre
enjuto con aspecto de Quijote bondadoso y le dije: “Soy de la Sierra del Alba”.
A Avelino se le iluminaron los ojos. Y más cuando supo que fui la última en
nacer físicamente en Pobar, y que mi madre, viuda desde dos años atrás, seguía
viviendo en el pueblo. También recordaba que César le había hablado de mí y de
nuestra afición a su obra. A los pocos días, mi madre recibió una postal que
firmaba el escritor de Valdegeña y que llegó a sus manos aunque como
destinataria ponía únicamente: “Para la madre de Nuria. Pobar (Soria)”.
Gestos como enviar aquella
postal con unas mujeres cosiendo al carasol en un pueblo castellano
engrandecían a Avelino. Y también el cultivo de uno de los secretos de su
éxito: saber escuchar. Su proyección literaria se iba incrementando a medida
que crecía su vocación universal. Como decía en una entrevista con Javier
Narbaiza, “en medio de esta voluntad de presencia en lo más universal, nada me
desvía de una idea muy clara: que soy el hijo del tío Eustaquio y de la tía
Milagros de Valdegeña -¡Qué error olvidar o negar los orígenes!- Y que hay que
darse cuenta de que para identificarte tienes, además del documento de
identidad, dos verdades: tus raíces y tus obras”.
En Mallorca, donde se
fue a vivir en los años noventa, le ocurrió una anécdota que cuenta su amigo
Pepe Sanz y que describe metafóricamente cómo miraba al horizonte sin perder de
vista su procedencia. Se compró una pequeña embarcación llamada llaúd. Mientras preparaba los aperos para
hacerse a la mar vio que un marinero le observaba. Creyó que se estaba riendo
de él porque desconocía aquellas artes.
Pero el marinero lo negó y le dijo: “este barco lo construí yo, es el mejor de
la bahía de Alcudia. Está hecho con madera de pino de Soria”.
Varios años después,
César y yo tuvimos un reencuentro casual que derivó en algo más que amistad.
Aprovechando una visita de Avelino a Valdegeña
le contamos que queríamos invitarle a nuestra boda porque nos íbamos a
casar por su culpa... mejor dicho, gracias a 'Una vez había un pueblo'. Acudió
encantado con Teresa a Pobar. Luego supimos que huía de ese tipo de eventos,
pero quiso hacer una excepción porque no quería perderse el enlace del hijo
mediano de José, el de la taberna de Valdegeña y personaje de sus libros, con
una muchacha de la Sierra del Alba.
Días después, ese mismo
mes de mayo, le diagnosticaron un cáncer. Pidió al médico que le dijera toda la
verdad, sin paños calientes ni eufemismos. Así supo que le quedaban apenas unos
meses de vida. Como recoge 'Cartas desde Selva', se lo explicó por carta a su
agente literaria de entonces con estas palabras: Querida Carina: Te voy a
contar un asunto que nos va a llevar a tomar algunas decisiones. Tengo cáncer
de riñón, maligno, con metástasis varias por ahí dentro. Francamente feo,
estadísticamente meses”.
Con una entereza
increíble, Avelino aprovechó esos trece meses de vida para dar forma a la
producción literaria que le quedaba pendiente, para seguir sembrando a voleo
una simiente que todavía hoy sigue dando frutos.
Gracias a sus
desvelos y a su iniciativa, cada primavera vuelven a brotar en Valdegeña las
risas infantiles, y no solo las de nuestros dos hijos. Cientos de chavales
procedentes de colegios e institutos de toda España acuden a conocer el pueblo
del dueño de la boina asesina, otra de las creaciones literarias de Avelino, y
acarician la cabeza a la estatua de su personaje Silvestrito para aprobar las
matemáticas. Es el efecto llamada de un escritor que puso la inteligencia al
servicio de la vida. Se comprueba, por ejemplo, al leer los blogs de los
alumnos que visitaron Valdegeña el pasado mes de abril, como Manel Bonel,
estudiante de 1º de Bachillerado del instituto Eugenio d'Ors de Villafranca del
Penedés. Dice así:
“Creo
que lo esencial de la visita fue descubrir cómo la vida en Valdegeña pudo haber
influido en la literatura de Avelino Hernández. Aunque sea un pueblo sencillo,
Valdegeña le enseñó al escritor unos valores auténticos y esenciales (la
solidaridad, el sentido de la libertad y de la justicia, el respeto, el amor a
la naturaleza) que orientan su literatura y que posiblemente explican el modo
de vida de Avelino y Teresa, tan filosófico en el fondo.
Me gustó mucho conocer al hermano de Avelino, Ricardo. Me impresionó su carácter, sobre todo sus ganas de luchar por su pueblo y mantenerlo vivo. No me podía creer tampoco la amabilidad que se respira en Soria: Ricardo me regaló una boina (un elemento muy característico suyo y de Avelino) solamente porque me interesé por esta prenda”.
Hoy tenemos aquí con nosotros a Ricardo, hijo también del tío Eustaquio y la tía Milagros, que ha venido de Valdegeña y se ha traído la boina.
Me gustó mucho conocer al hermano de Avelino, Ricardo. Me impresionó su carácter, sobre todo sus ganas de luchar por su pueblo y mantenerlo vivo. No me podía creer tampoco la amabilidad que se respira en Soria: Ricardo me regaló una boina (un elemento muy característico suyo y de Avelino) solamente porque me interesé por esta prenda”.
Hoy tenemos aquí con nosotros a Ricardo, hijo también del tío Eustaquio y la tía Milagros, que ha venido de Valdegeña y se ha traído la boina.
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